EL FORENSE
I
Ese día despertó sobresaltado, algo poco habitual, y todo sudado, cosa que no era muy común en
alguien como él. Un tipo, a juzgar por lo que se observaba, frío, poco
demostrativo y con un escaso sentido de la culpa. Se ve que algo inesperado e inexplicable
vino a socavarle el sueño, o que realmente presentía horribles sucesos en
rededor de su ermitaña vida.
Felipe Gándara, era el anciano del barrio, el mal
llevado, el viejo loco, tres cuscos de raza desconocida y una bicicleta negra. Una
casa que no tenía timbre. Una reja a cuatro metros de la puerta principal, postigos
siempre cerrados y una cara más parecida a un colchón de clavos que a un flan
con dulce de leche. Frondoso y despeinado cabello canoso y una barba con bigote
bastante desprolija. Nunca tuve la posibilidad de sorprender a alguien llamando a su puerta. No se le
conocían amigos ni familiares y jamás se lo veía charlar con nadie.
Un espécimen de lo más raro.
Todas las noches salía en su bicicleta ni bien los
relojes marcaban las nueve y cuarto, en el portaequipaje trasero un maletín
negro, igual que la bici, en el canasto y perfectamente doblado, un guardapolvo
blanco. Yo esperaba hasta altas horas de la noche para saber su horario de
regreso, y a veces hasta la madrugada, pero debo ser un tipo de poca suerte o
con el sueño demasiado pesado porque jamás lo vi volver. Eso sí, siempre partía a
las nueve y cuarto de la noche.
La ventana de mi habitación daba justo en frente de su
garage, un portón de madera castigado por las lluvias y los malos cuidados que
le brindaba el viejo. La hoja principal, la de la entrada, estaba devastada por
los rasguños de los perros, el barniz que supo lucir ya no existía y se podía
descubrir a simple vista que estaba medio caído hacia el lado derecho, siempre
escrutándolo desde la ventana de mi pieza. Entre la puerta principal de la casa,
que nunca vi abrirse, y las rejas, una vereda de ladrillos que se cubría de
yuyos y mohos reverdecidos. De no ser porque se lo veía salir todas las noches
cualquiera hubiese pensado que ese caserón estaba deshabitado.
Tal vez no haga falta pero lo aclaro de todos modos, don
Gándara, era una de esas persona a las
cuales no les importaba un bledo las apariencias y mucho menos los juicios o
prejuicios que de ellas pudieran hacer los demás.
Poca gente en el barrio, diría más bien, nadie, sabía a
ciencia cierta de qué trabajaba o a qué se dedicaba Felipe.
Una discusión por vecino y otra por cada comerciante del
barrio era su capital en lo que a vida social respecta.
Será profesor en algún
nocturno, pensaba, pero enseguida echaba
por tierra la idea ya que nunca lo enganchaba al regresar. Luego comprendí lo
errado de mi hipótesis. Siempre lo discutía con Mariano, el pibe de al lado.
Que farmacéutico, que maestro, que ingeniero, que inspector bromatológico y no
sé la cantidad de profesiones y de trabajos que le adjudicábamos al viejo
Felipe, utilizando como única pista, lógicamente, el guardapolvo.
Jamás acertamos.
II
Justo esa mañana, unas diez horas antes del amanecer de Felipe Gándara, se conoció la noticia de la
desaparición de la hija menor de Gerardo Valverde, comisario de la policía departamental
de La Matanza, hombre con fama de duro y oscuro prontuario. Manejo de
prostíbulos, drogas, apremios ilegales y
robo organizado eran algunas de las cosas que figuraban en su curriculum. María
de los Ángeles tenía 12 años recién cumplidos. Salió para el normal, colegio
donde cursaba el último año de la educación primaria a eso de las siete y
veinte de la mañana, y ya nunca la volvieron a ver. Jamás llegó a la escuela. Un
acontecimiento que provocó una psicosis generalizada en toda la ciudad.
Imagínate, la benjamina de un capo-mafioso de la bonaerense desaparece a
plena luz del día, no es una pibita de
barrio periférico, de esas a las cuales enseguida les atribuyen una huída con
algún tipo por cuestiones del corazón o una pelea con sus padres. Ésta era una
niña medianamente bien, le repito, la menor de cuatro hermanos, hijos de un
pesado de la bonaerense, que el problema más grave que podía esperar a esa edad
era la erupción de granos en el rostro o que algún compañero le pegue un chicle
en los cabellos. Por eso insisto, imagínese la paranoia que generó esta
desaparición.
A tal punto afectó a la ciudadanía, generando una sensación de persecuta total, que mis padres me acompañaron por
veinte días consecutivos a todos lados, al colegio, a futbol, a la casa de mis
amigos, a cada uno de los eventos que tuve por esos días, y me esperaban a la salida.
Mire que ellos eran bastante despreocupados, una vez me dejaron olvidado en el
cine, estuve como una hora esperando en el hall de entrada, en compañía del
acomodador. No me acuerdo qué fui a ver, lo que no me olvidaré nunca más son
los ojos inquisidores con los que el acomodador miró a mis viejos cuando
llegaron a buscarme. Siempre me decían:
-
Anda en bici, para qué te la regalamos, para que
junte polvo y telaraña en el garage.
Entiende? Psicosis, psicosis.
En cada barrio, en cada casa, en cada una de las esquinas
más comerciales de La Matanza no se hablaba de otra cosa que no sea de la
desaparición de esa pequeña.
III
A pesar del sudor y el sobresalto, Felipe subió a su
negra bicicleta luego del infaltable baño que lo arrojaba mojado, casi siempre,
a la calle. Y aunque tenía cara de
desorbitado partió como todos los días, nueve y cuarto en punto, maletín y
guardapolvo como único equipaje, metiéndole a los pedales sin mirar atrás y sin
tener idea de lo sucedido en las primeras horas del día, ya que no poseía
televisor y, además, se había acostado antes del secuestro seguramente. Pero
calculo que presintiendo algo malo. Sí, de eso estoy seguro.
Con Mariano, habíamos decidido que esa noche íbamos a
perseguirlo para averiguar de una buena vez por todas a qué se dedicaba,
después de convencer a nuestras madres de que estábamos en la casa uno del otro
montamos en las bicicletas, playeras eran las nuestras, y nos dimos a la
travesía de seguirle a no menos de cincuenta metros de distancia, lo bastante
prudente para no ser vistos, y también lo bastante cerca como para no perderle
rodado. Duró la persecución una hora más
o menos, digo duró ya que cuando caímos en la distancia que habíamos recorrido,
nos entró a paralizar un poco el miedo, recordemos que ese mismo día había
desaparecido una niña y nosotros nos fuimos sin avisarle de esto a nadie. Y,
para esa altura del camino, ya no sabíamos en qué barrio nos encontrábamos, es
más, desconocíamos si aún estábamos dentro de los límites de La Matanza.
Además, cada cara que nos cruzamos en el trayecto pedaleado,
eran de temer, más por el susto y la idea de que todos, seguramente, tenían
algo que ver con el secuestro, que por lo que demostraban en realidad. Para colmo,
justo en ese momento se largó a llover con una violencia, que ni Mariano ni yo
habíamos vivenciado antes. Sin dudar demasiado pegamos media vuelta y comenzamos
a desandar el camino recorrido, nos llevó solo quince minutos lo que antes una
hora y un poco, don Gándara pedaleaba muy despacio, o el terror que nos invadía
hacía que nuestros corazones bombearan
más sangre de lo habitual. No emitimos palabra alguna hasta que entramos en los
límites de “El caracanto”, nos encontrábamos, no sólo cansados, sino también totalmente
mojados y completamente desmoralizados, ya que no pudimos cumplir con el
objetivo programado, descubrir de qué diablos trabajaba el viejo Felipe.
A metros de mi casa y por ende de la de Mariano, aceleré
sin despedirme de él. Embroncado y de un humor de perros entré a mi casa sin
saludar, mis progenitores estaban en la sala, me metí en mi habitación sin
preámbulo alguno, y luego de un baño reparador, prendí la radio y me tiré en la
cama. María de los Ángeles seguía sin aparecer, más de doce horas sin conocer
su paradero. Apagué el aparato, puse un poco de música, y escruté un par de
horas más por mi ventana, aun no escampaba, debo haber caído dormido por el
gran desgaste de la bicicleteada, pues no vi regresar a Felipe esa noche
tampoco.
Mi vieja debe haber asumido que me había peleado con
Mariano ya que a la mañana siguiente no
me preguntó nada sobre la noche anterior. Desconozco qué le habrá inventado él
a la suya cuando lo vio ingresar a su hogar.
IV
Pasaron varios soles y sus respectivas lunas antes de que
en las noticias se informara del hallazgo de un cuerpo. El mismo fue encontrado
en un descampado, al parecer eran los restos de una niña. ¿Luego de intensas
búsquedas por los perímetros de la laguna local, de inspeccionar cada uno de los
terrenos baldíos de la ciudad, de allanar decenas de casas, entre ellas varias
de policías tanto en servicio como
jubilados, incluida la casa paterna de la niña, lo que se transformó en un escándalo
sin parangón. Recién luego de todo ese supuesto trabajo policíaco y de una cantidad
impresionante de excavaciones y rastrillajes hasta en los más remotos rincones
de la ciudad y de las localidades más cercanas, no sólo por las fuerzas de
seguridad, sino también por parte de
allegados directos a María de los Angeles, encuentran un cadáver? Ridículo.
Ni el fiscal, ni los jefes máximos de la bonaerense,
tampoco los de la federal y nadie de la familia pudieron asegurar que se tratase de María de los
Ángeles. Así de irreconocible estaba el cuerpo, el rostro muy desfigurado, se
ve que lo habían golpeado muchísimo y con saña,
además del tiempo transcurrido desde el óbito. Casi un mes, así como
escuchas, y aparece en un descampado que conforme pasaban los días las
autoridades policíacas informaban que ya habían rastrillado, no una sino dos
veces, palmo a palmo. Una tomada de pelo a la sociedad, porque si mienten así tratándose de la hija de uno de ellos,
imagínate con cualquiera de nosotros.
Había que esperar la autopsia y los resultados del
forense, no sólo para averiguar si era la niña, sino para saber cómo y cuándo había encontrado la muerte el
individuo, y en el mejor de los casos quién había cometido la fechoría, o
quiénes.
Entre la desaparición y el hallazgo de este cuerpo, las
versiones que circularon sobre el caso
fueron muchas y muy variadas, y gozaban
de tanta veracidad que como te dije antes, la casa del mismo Valverde fue
allanada. Muchos creían o siguen creyendo, que fue él y su hijo mayor, policía
como su padre, quienes cometieron tremenda atrocidad, según vox populi, para
tapar o desviar los ojos de la justicia de causas que los tenían como
principales sospechosos, causas que implicaban, no sólo a ellos dos, si no a
muchos policías con y sin jerarquía. Tres prostíbulos allanados donde
encontraron, además de víctimas de las redes de trata, una cocina. Sí, sí, de
esas.
Entre los nombres que saltaron en medio de la
investigación estaban los de Gerardo y Segundo Valverde, padre y hermano de María de los Ángeles. Otros
sostenían que se trataba de una venganza o ajuste de cuenta por cuestiones de
negocios turbios incumplidos. Y así la cosa.
V
Después de aquélla mañana sudorosa y sobresaltada, Felipe
Gándara volvió a la normalidad que lo caracterizaba, a la cual estábamos
acostumbrados Mariano y yo. Partía de su
domicilio a las nueve y cuarto en punto, en su bicicleta negra con el maletín
atrás y el blanco guardapolvo delante.
Pero nunca más volvimos a perseguirle, como siempre decía
mi abuela, para muestra sobra un botón.
En las noticias los avances del caso se entremezclaban
con otros operativos. Recuerdo bien uno en el cual la brigada antidroga de la
bonaerense allana un aserradero que era utilizado como fachada por una banda de
narcos, los tipos armaban con tirantes y recortes de estos unas cunas en cuyo
interior transportaban paquetes de marihuana. Me daba mucha risa, lógico. Un
mes rastrillando descampados y baldíos,
y resulta que aparece un cuerpo en uno de ellos después del trabajo realizado
en ese lapso de tiempo, lo que demostraba lo incompetentes que eran, y de golpe
y porrazo, los mismos policías, montan un circo en el cual desbarajustan a una
banda de narcos? Si no le da risa está loco.
Entre noticia y notica, un medio día el fiscal de la
causa, Manuel García, salió ante las cámaras diciendo que los resultados del
forense habían echado algo de luz sobre el caso del cuerpo encontrado y que se
trataba, efectivamente, de María de los Ángeles Valverde, pero que no podía dar
más información al respecto, ya que eran
muchas las personas que habían sido investigadas en el proceso de
esclarecimiento del secuestro seguido de muerte de la joven. Y que los
resultados obtenidos rayaban la extrañes.
La mudes y la intriga del fiscal no detuvo ni por un día,
como era de esperarse, la perspicacia de algunos periodistas, que hasta el día
de hoy no entiendo cómo hacen, pero un par de ellos me recuerdan mucho al viejo
Emiliano, y tanto en noticieros, como en radios y periódicos comenzaron a descartar
las distintas hipótesis que a priori se barajaban. El ajuste de cuentas, el
secuestro extorsivo, el secuestro familiar para desviar los ojos de la justicia
de otras causas, esta última se me antojaba muy cómica, demasiado graciosa,
pues se supone que la justicia tiene los ojos vendados. Lógico, era una mala
expresión de los periodistas, pero se me antojaba graciosa. Bueno, se dejaron
de lado todos los hipotéticos móviles que se manejaron hasta ese entonces para
darle paso a un simple caso de violación, tan común como los rayos de sol en
pleno enero.
Los titulares rezaban en letras gigantes: “Piel del
abusador en las uñas de la niña”, “Forense descubre ADN propio en niña
violada”, “Sadismo en la morgue”, y otros tantos que mejor ni traerlos al presente.
Cómo lograron infiltrar esa información, ni idea, pero por algo el fiscal
Manuel García no quiso dar más detalles sobre los resultados de la autopsia. Porque
el forense debe haber enloquecido. Era de colifatos creer o pensar que un tipo
iba a violar a una niña para dejarla un mes tirada y auto descubrirse, luego,
por medio de un estudio forense que él mismo realizaría. Impensado.
Corrían los años noventa, yo tendría unos diez u once
pirulos, no tenía idea de qué era un forense, un médico forense, ¿Me explico?
Desde ese día hasta el fatídico desenlase la palabra
forense la escuché más veces que la palabra mamá.
VI
Aquélla tardecita fue un escándalo y nadie entendía nada.
Ni mis viejos, ni los viejos de Mariano, ni los vecinos del barrio, ni las personas
que vivían más alejadas y se habían acercado, como diría mi abuela, para
chusmear. Ni Emiliano, el tipo de los diarios, el canillita que siempre sabía
todo, incluso juraría, y eso que no soy religioso, que se enteraba de los
acontecimientos antes de que estos ocurriesen. Absolutamente nadie sabía nada,
salvo el viejo Felipe, lógico, pero ya era imposible preguntarle algo.
Mariano y yo, al igual que la mayoría de los niños del
lugar, andabamos metidos en medio del
gentío alborotado y el griterío. Evidentemente, cosas así no eran habituales en
“El Caracanto”, un barrio tranquilo de obreros industriales, docentes y varios
pares de camioneros, algún que otro comerciante y por supuesto, Felipe Gándara.
Fue solo un grito:
“Nada muere para
siempre.
Nada, ni nadie”.
Y el disparo retumbó en mis oídos como un puñado de
trompadas, y el espanto se incrustó en mis ojos, como si un par de
bilabarquines me perforaran los mismos.
Felipe Gándara, se había volado la cabeza de un tiro a la
vista de todo el mundo. Nadie reclamó por su cuerpo en la morgue, así que no
hubo funeral, ni despedida, ni lágrimas derramadas para el viejo.
Los titulares escupían sangre y podredumbre: “Merecido
tiro se pegó el violador”, “Justicia por mano propia, se suicida el degenerado”,
y cosas por el estilo. Aberrantes posturas de los que, supuestamente, habían
seguido el caso desde el principio, sin perder pisada a los avances de la
búsqueda y a los informes policiales y del fiscal. Nadie entendió nada. A nadie
le importaba en realiadad la verdad.
-
No fue grato, me confesó Mariano unos días
después, enterarnos de qué trabajaba el viejo Felipe.
Claro, nos enteramos que don
Felipe Gándara era médico forense de la peor manera.
Si puedo ser sincero con usted, le debo decir que jamás
me hubiese pegado un tiro, o quitado la vida de alguna forma. Sin ánimo de
ofender la memoria de Felipe, pero creo que es de cobardes terminar con tu
propia vida, dejando que los hijos de puta se salgan con la suya.
“La verdad se
sabrá algún día. Hoy me tocó ser el chivo expiatorio.”
Esta frase se encontró escrita en varias de las paredes
del interior del caserón del viejo Gándara.
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