sábado, 23 de mayo de 2015

EL FORENSE

 I

Ese día despertó sobresaltado, algo poco habitual,  y todo sudado, cosa que no era muy común en alguien como él. Un tipo, a juzgar por lo que se observaba, frío, poco demostrativo y con un escaso sentido de la culpa. Se ve que algo inesperado e inexplicable vino a socavarle el sueño, o que realmente presentía horribles sucesos en rededor de su ermitaña vida.
Felipe Gándara, era el anciano del barrio, el mal llevado, el viejo loco, tres cuscos de raza desconocida y una bicicleta negra. Una casa que no tenía timbre. Una reja a cuatro metros de la puerta principal, postigos siempre cerrados y una cara más parecida a un colchón de clavos que a un flan con dulce de leche. Frondoso y despeinado cabello canoso y una barba con bigote bastante desprolija. Nunca tuve la posibilidad de sorprender  a alguien llamando a su puerta. No se le conocían amigos ni familiares y jamás se lo veía charlar con nadie.
Un espécimen de lo más raro.
Todas las noches salía en su bicicleta ni bien los relojes marcaban las nueve y cuarto, en el portaequipaje trasero un maletín negro, igual que la bici, en el canasto y perfectamente doblado, un guardapolvo blanco. Yo esperaba hasta altas horas de la noche para saber su horario de regreso, y a veces hasta la madrugada, pero debo ser un tipo de poca suerte o con el sueño demasiado pesado porque  jamás lo vi volver. Eso sí, siempre partía a las nueve y cuarto de la noche.
La ventana de mi habitación daba justo en frente de su garage, un portón de madera castigado por las lluvias y los malos cuidados que le brindaba el viejo. La hoja principal, la de la entrada, estaba devastada por los rasguños de los perros, el barniz que supo lucir ya no existía y se podía descubrir a simple vista que estaba medio caído hacia el lado derecho, siempre escrutándolo desde la ventana de mi pieza. Entre la puerta principal de la casa, que nunca vi abrirse, y las rejas, una vereda de ladrillos que se cubría de yuyos y mohos reverdecidos. De no ser porque se lo veía salir todas las noches cualquiera hubiese pensado que ese caserón estaba deshabitado.
Tal vez no haga falta pero lo aclaro de todos modos, don Gándara, era una de esas persona  a las cuales no les importaba un bledo las apariencias y mucho menos los juicios o prejuicios que de ellas pudieran hacer los demás.
Poca gente en el barrio, diría más bien, nadie, sabía a ciencia cierta de qué trabajaba o a qué se dedicaba Felipe.
Una discusión por vecino y otra por cada comerciante del barrio era su capital en lo que a vida social respecta.
Será profesor  en algún  nocturno, pensaba, pero enseguida echaba por tierra la idea ya que nunca lo enganchaba al regresar. Luego comprendí lo errado de mi hipótesis. Siempre lo discutía con Mariano, el pibe de al lado. Que farmacéutico, que maestro, que ingeniero, que inspector bromatológico y no sé la cantidad de profesiones y de trabajos que le adjudicábamos al viejo Felipe, utilizando como única pista, lógicamente, el guardapolvo.
Jamás acertamos.

II

Justo esa mañana, unas diez horas antes del amanecer  de Felipe Gándara, se conoció la noticia de la desaparición de la hija menor de Gerardo Valverde, comisario de la policía departamental de La Matanza, hombre con fama de duro y oscuro prontuario. Manejo de prostíbulos, drogas, apremios ilegales  y robo organizado eran algunas de las cosas que figuraban en su curriculum. María de los Ángeles tenía 12 años recién cumplidos. Salió para el normal, colegio donde cursaba el último año de la educación primaria a eso de las siete y veinte de la mañana, y ya nunca la volvieron a ver. Jamás llegó a la escuela. Un acontecimiento que provocó una psicosis generalizada en toda la ciudad. Imagínate, la benjamina  de un  capo-mafioso de la bonaerense desaparece a plena luz del  día, no es una pibita de barrio periférico, de esas a las cuales enseguida les atribuyen una huída con algún tipo por cuestiones del corazón o una pelea con sus padres. Ésta era una niña medianamente bien, le repito, la menor de cuatro hermanos, hijos de un pesado de la bonaerense, que el problema más grave que podía esperar a esa edad era la erupción de granos en el rostro o que algún compañero le pegue un chicle en los cabellos. Por eso insisto, imagínese la paranoia que generó esta desaparición.  
A tal punto afectó a la ciudadanía, generando una  sensación de persecuta  total, que mis padres me acompañaron por veinte días consecutivos a todos lados, al colegio, a futbol, a la casa de mis amigos, a cada uno de los eventos que tuve por esos días, y me esperaban a la salida. Mire que ellos eran bastante despreocupados, una vez me dejaron olvidado en el cine, estuve como una hora esperando en el hall de entrada, en compañía del acomodador. No me acuerdo qué fui a ver, lo que no me olvidaré nunca más son los ojos inquisidores con los que el acomodador miró a mis viejos cuando llegaron a buscarme.  Siempre me decían:

-          Anda en bici, para qué te la regalamos, para que junte polvo y telaraña en el garage.

Entiende? Psicosis, psicosis.
En cada barrio, en cada casa, en cada una de las esquinas más comerciales de La Matanza no se hablaba de otra cosa que no sea de la desaparición de esa pequeña.

III

A pesar del sudor y el sobresalto, Felipe subió a su negra bicicleta luego del infaltable baño que lo arrojaba mojado, casi siempre, a la calle. Y aunque tenía  cara de desorbitado partió como todos los días, nueve y cuarto en punto, maletín y guardapolvo como único equipaje, metiéndole a los pedales sin mirar atrás y sin tener idea de lo sucedido en las primeras horas del día, ya que no poseía televisor y, además, se había acostado antes del secuestro seguramente. Pero calculo que presintiendo algo malo. Sí, de eso estoy seguro.
Con Mariano, habíamos decidido que esa noche íbamos a perseguirlo para averiguar de una buena vez por todas a qué se dedicaba, después de convencer a nuestras madres de que estábamos en la casa uno del otro montamos en las bicicletas, playeras eran las nuestras, y nos dimos a la travesía de seguirle a no menos de cincuenta metros de distancia, lo bastante prudente para no ser vistos, y también lo bastante cerca como para no perderle rodado. Duró la persecución una  hora más o menos, digo duró ya que cuando caímos en la distancia que habíamos recorrido, nos entró a paralizar un poco el miedo, recordemos que ese mismo día había desaparecido una niña y nosotros nos fuimos sin avisarle de esto a nadie. Y, para esa altura del camino, ya no sabíamos en qué barrio nos encontrábamos, es más, desconocíamos si aún estábamos dentro de los límites de La Matanza.
Además, cada cara que nos cruzamos en el trayecto pedaleado, eran de temer, más por el susto y la idea de que todos, seguramente, tenían algo que ver con el secuestro, que por lo que demostraban en realidad. Para colmo, justo en ese momento se largó a llover con una violencia, que ni Mariano ni yo habíamos vivenciado antes. Sin dudar demasiado pegamos media vuelta y comenzamos a desandar el camino recorrido, nos llevó solo quince minutos lo que antes una hora y un poco, don Gándara pedaleaba muy despacio, o el terror que nos invadía hacía que nuestros corazones  bombearan más sangre de lo habitual. No emitimos palabra alguna hasta que entramos en los límites de “El caracanto”, nos encontrábamos, no sólo cansados, sino también totalmente mojados y completamente desmoralizados, ya que no pudimos cumplir con el objetivo programado, descubrir de qué diablos trabajaba el viejo Felipe.
A metros de mi casa y por ende de la de Mariano, aceleré sin despedirme de él. Embroncado y de un humor de perros entré a mi casa sin saludar, mis progenitores estaban en la sala, me metí en mi habitación sin preámbulo alguno, y luego de un baño reparador, prendí la radio y me tiré en la cama. María de los Ángeles seguía sin aparecer, más de doce horas sin conocer su paradero. Apagué el aparato, puse un poco de música, y escruté un par de horas más por mi ventana, aun no escampaba, debo haber caído dormido por el gran desgaste de la bicicleteada, pues no vi regresar a Felipe esa noche tampoco.
Mi vieja debe haber asumido que me había peleado con Mariano ya que  a la mañana siguiente no me preguntó nada sobre la noche anterior. Desconozco qué le habrá inventado él a la suya cuando lo vio ingresar a su hogar.

IV
                                                                                                                                                  
Pasaron varios soles y sus respectivas lunas antes de que en las noticias se informara del hallazgo de un cuerpo. El mismo fue encontrado en un descampado, al parecer eran los restos de una niña. ¿Luego de intensas búsquedas por los perímetros de la laguna local, de inspeccionar cada uno de los terrenos baldíos de la ciudad, de allanar decenas de casas, entre ellas varias de policías tanto  en servicio como jubilados, incluida la casa paterna de la niña, lo que se transformó en un escándalo sin parangón. Recién luego de todo ese supuesto trabajo policíaco y de una cantidad impresionante de excavaciones y rastrillajes hasta en los más remotos rincones de la ciudad y de las localidades más cercanas, no sólo por las fuerzas de seguridad, sino también  por parte de allegados directos a María de los Angeles, encuentran un cadáver? Ridículo.
Ni el fiscal, ni los jefes máximos de la bonaerense, tampoco los de la federal y nadie de la familia pudieron  asegurar que se tratase de María de los Ángeles. Así de irreconocible estaba el cuerpo, el rostro muy desfigurado, se ve que lo habían golpeado muchísimo y con saña,  además del tiempo transcurrido desde el óbito. Casi un mes, así como escuchas, y aparece en un descampado que conforme pasaban los días las autoridades policíacas informaban que ya habían rastrillado, no una sino dos veces, palmo a palmo. Una tomada de pelo a la sociedad, porque si mienten así  tratándose de la hija de uno de ellos, imagínate con cualquiera de  nosotros.
Había que esperar la autopsia y los resultados del forense, no sólo para averiguar si era la niña, sino para saber  cómo y cuándo había encontrado la muerte el individuo, y en el mejor de los casos quién había cometido la fechoría, o quiénes.
Entre la desaparición y el hallazgo de este cuerpo, las versiones que circularon  sobre el caso fueron muchas  y muy variadas, y gozaban de tanta veracidad que como te dije antes, la casa del mismo Valverde fue allanada. Muchos creían o siguen creyendo, que fue él y su hijo mayor, policía como su padre, quienes cometieron tremenda atrocidad, según vox populi, para tapar o desviar los ojos de la justicia de causas que los tenían como principales sospechosos, causas que implicaban, no sólo a ellos dos, si no a muchos policías con y sin jerarquía. Tres prostíbulos allanados donde encontraron, además de víctimas de las redes de trata, una cocina. Sí, sí, de esas.
Entre los nombres que saltaron en medio de la investigación estaban los de Gerardo y Segundo Valverde, padre  y hermano de María de los Ángeles. Otros sostenían que se trataba de una venganza o ajuste de cuenta por cuestiones de negocios turbios incumplidos. Y así la cosa.

V

Después de aquélla mañana sudorosa y sobresaltada, Felipe Gándara volvió a la normalidad que lo caracterizaba, a la cual estábamos acostumbrados  Mariano y yo. Partía de su domicilio a las nueve y cuarto en punto, en su bicicleta negra con el maletín atrás y el blanco guardapolvo delante.
Pero nunca más volvimos a perseguirle, como siempre decía mi abuela, para muestra sobra un botón.
En las noticias los avances del caso se entremezclaban con otros operativos. Recuerdo bien uno en el cual la brigada antidroga de la bonaerense allana un aserradero que era utilizado como fachada por una banda de narcos, los tipos armaban con tirantes y recortes de estos unas cunas en cuyo interior transportaban paquetes de marihuana. Me daba mucha risa, lógico. Un mes rastrillando descampados y  baldíos, y resulta que aparece un cuerpo en uno de ellos después del trabajo realizado en ese lapso de tiempo, lo que demostraba lo incompetentes que eran, y de golpe y porrazo, los mismos policías, montan un circo en el cual desbarajustan a una banda de narcos? Si no le da risa está loco.
Entre noticia y notica, un medio día el fiscal de la causa, Manuel García, salió ante las cámaras diciendo que los resultados del forense habían echado algo de luz sobre el caso del cuerpo encontrado y que se trataba, efectivamente, de María de los Ángeles Valverde, pero que no podía dar más información al respecto,  ya que eran muchas las personas que habían sido investigadas en el proceso de esclarecimiento del secuestro seguido de muerte de la joven. Y que los resultados obtenidos rayaban la extrañes.
La mudes y la intriga del fiscal no detuvo ni por un día, como era de esperarse, la perspicacia de algunos periodistas, que hasta el día de hoy no entiendo cómo hacen, pero un par de ellos me recuerdan mucho al viejo Emiliano, y tanto en noticieros, como en radios y periódicos comenzaron a descartar las distintas hipótesis que a priori se barajaban. El ajuste de cuentas, el secuestro extorsivo, el secuestro familiar para desviar los ojos de la justicia de otras causas, esta última se me antojaba muy cómica, demasiado graciosa, pues se supone que la justicia tiene los ojos vendados. Lógico, era una mala expresión de los periodistas, pero se me antojaba graciosa. Bueno, se dejaron de lado todos los hipotéticos móviles que se manejaron hasta ese entonces para darle paso a un simple caso de violación, tan común como los rayos de sol en pleno enero.
Los titulares rezaban en letras gigantes: “Piel del abusador en las uñas de la niña”, “Forense descubre ADN propio en niña violada”, “Sadismo en la morgue”, y otros tantos que mejor ni traerlos al presente. Cómo lograron infiltrar esa información, ni idea, pero por algo el fiscal Manuel García no quiso dar más detalles sobre los resultados de la autopsia. Porque el forense debe haber enloquecido. Era de colifatos creer o pensar que un tipo iba a violar a una niña para dejarla un mes tirada y auto descubrirse, luego, por medio de un estudio forense que él mismo realizaría. Impensado.
Corrían los años noventa, yo tendría unos diez u once pirulos, no tenía idea de qué era un forense, un médico forense, ¿Me explico?
Desde ese día hasta el fatídico desenlase la palabra forense la escuché más veces que la palabra mamá.

VI

Aquélla tardecita fue un escándalo y nadie entendía nada. Ni mis viejos, ni los viejos de Mariano, ni los vecinos del barrio, ni las personas que vivían más alejadas y se habían acercado, como diría mi abuela, para chusmear. Ni Emiliano, el tipo de los diarios, el canillita que siempre sabía todo, incluso juraría, y eso que no soy religioso, que se enteraba de los acontecimientos antes de que estos ocurriesen. Absolutamente nadie sabía nada, salvo el viejo Felipe, lógico, pero ya era imposible preguntarle algo.
Mariano y yo, al igual que la mayoría de los niños del lugar, andabamos metidos  en medio del gentío alborotado y el griterío. Evidentemente, cosas así no eran habituales en “El Caracanto”, un barrio tranquilo de obreros industriales, docentes y varios pares de camioneros, algún que otro comerciante y por supuesto,  Felipe Gándara.

Fue solo un grito:

“Nada muere para siempre.
Nada, ni nadie”.

Y el disparo retumbó en mis oídos como un puñado de trompadas, y el espanto se incrustó en mis ojos, como si un par de bilabarquines me perforaran los mismos.
Felipe Gándara, se había volado la cabeza de un tiro a la vista de todo el mundo. Nadie reclamó por su cuerpo en la morgue, así que no hubo funeral, ni despedida, ni lágrimas derramadas para el viejo.
Los titulares escupían sangre y podredumbre: “Merecido tiro se pegó el violador”, “Justicia por mano propia, se suicida el degenerado”, y cosas por el estilo. Aberrantes posturas de los que, supuestamente, habían seguido el caso desde el principio, sin perder pisada a los avances de la búsqueda y a los informes policiales y del fiscal. Nadie entendió nada. A nadie le importaba en realiadad la verdad.

-          No fue grato, me confesó Mariano unos días después, enterarnos de qué trabajaba el viejo Felipe.

Claro, nos enteramos que don Felipe Gándara era médico forense de la peor manera.
Si puedo ser sincero con usted, le debo decir que jamás me hubiese pegado un tiro, o quitado la vida de alguna forma. Sin ánimo de ofender la memoria de Felipe, pero creo que es de cobardes terminar con tu propia vida, dejando que los hijos de puta se salgan con la suya.

“La verdad se sabrá algún día. Hoy me tocó ser el chivo expiatorio.”

Esta frase se encontró escrita en varias de las paredes del interior del caserón del viejo Gándara.


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